Esta es una de las cosas que más me han preguntado en el último año y medio. A mis talleristas y a la audiencia de Círculo Amarillo que escribe parecieran interesarle mucho este tema.
Lo primero que voy a decir es que ganar premios es difícil y hay cierto componente de azar.
Hay que tener mucha candidez para esperar que en cualquier galardón artístico se vaya a resaltar objetivamente lo mejor.
Primero, porque la objetividad no existe. Segundo, porque en ese gran degradé que va desde lo objetivo hasta lo subjetivo, hay pocas cosas tan subjetivas como una obra literaria.
Ergo, uno siempre está un poco a merced de los gustos del jurado y de los intereses comerciales de los organizadores del premio.
Hasta ahora, mi trabajo ha recibido 12 distinciones (entre primer lugar, finalista, menciones, podio, etcétera). En lo que va de 2023, han sido cuatro: mi primer premio internacional importante, un tercer lugar y una mención en Venezuela, y una mención en Bogotá.
Hace diez años, sin embargo, nadie –como diríamos en Caracas– me paraba bolas.
¿Qué pasó en ese trayecto?
Mi amigo, el rey de los concursos
Si lo único que les interesa es ganar premios. Si están súper obsesionados con eso, por encima de cualquier otra cosa. Si no les importa tener lectores, publicar en editoriales importantes, explorar en profundidad ciertos temas, quizá la historia de un amigo mío les pueda servir de guía.
Este pana (creo que ya hoy abandonó la actividad literaria) se puso como objetivo sobresalir en la mayor cantidad de concursos que fuera posible.
Se trata de alguien con mucha paciencia y perseverancia (cualidades indispensables para no sufrir en estos ambientes) y con pocos problemas de autoestima (uno de los hándicaps que experimentan quienes compiten es que se toman las resoluciones del jurado de forma personal).
¿Cuál fue su estrategia?
Antes de enviar un texto a un concurso, investigaba al jurado: quiénes eran, qué habían hecho, cuáles eran sus gustos.
Y, por supuesto, se leía sus libros más destacados.
Todo esto en tiempo récord: ya dije que era alguien con mucha paciencia y perseverancia.
Quizá debería agregar que era alguien muy tenaz.
Luego, leía los últimos ganadores del galardón.
A partir de ahí, con toda esa data, se disponía a escribir algo que se adaptara al concurso.
Si el concurso era en Portugal, sus personajes eran lusitanos. Si eran en España, sus personajes hablaban con modismos castillos. Y así.
Se estarán preguntando si esto le dio resultado.
Quizá los más puristas de ustedes, los que crean en el valor absoluto e incorruptible del arte, esperan que diga que no.
Lamento decepcionarlos: por supuesto que le dio resultado. Recibió muchas menciones, fue varias veces finalista, cosechó varios podios y no pocas veces quedó de primer lugar.
Hasta publicó un par de libros.
Con el tiempo, abandonó la literatura por otras actividades más lucrativas.
Lo que a mí siempre me llamó la atención es que, pese a tan incuestionable éxito, su nombre no era muy popular entre los lectores.
¿Para qué sirven los premios literarios?
Esto no es deporte.
Si Serana William quería ser considerada la mejor tenista de todos los tiempos, debía hacer algo ineludible: ganar muchos títulos.
Su trabajo, de hecho, era básicamente ese: competir.
En el deporte de alto rendimiento, los matices son pocos: o ganas o pierdes. Es verdad que el cómo es importante y que el contexto agranda o disminuye las leyendas.
Es decir, que el contexto y las formas impactan en la transcendía social.
Sí, pero al final del día, el que es mejor en su trabajo por lo general gana más títulos que el que no lo es.
Hay poco espacio para la hipocresía.
Te puede caer bien o mal Cristiano Ronaldo, pero cuestionar que es uno de los mejores futbolistas de la historia es ridículo: sus estadísticas y premios hablan por sí solos.
El arte no funciona así.
La obra de Borges no hubiese sido ni mejor ni peor así hubiese ganado el Nobel.
La trascendencia de J. K. Rowling no está en los premios, los millones de lectores de Chimamanda probablemente no conocen su palmarés, Mario Vargas Llosa ya era súper famoso y prestigioso antes de ganar el Nobel.
Entonces, ¿cuál es el sentido de los premios?
Creo que dos: uno, ganar dinero; dos, hacer marketing.
Ganar dinero escribiendo es difícil.
La inmensa mayoría de los escritores reconocidos no ganan suficiente con las regalías de sus libros, por ejemplo. Y hay muy pocas revistas que ofrecen buenos honorarios.
Ganar un premio implica que de entrada eso que escribiste va a recibir una mejor compensación económica.
Por poner un ejemplo: que un escritor gane los más de 100 mil dólares que hoy día significan el Premio Alfaguara (en verdad, creo que el monto es bastante más, pero no lo investigué) significa que va a ingresar por esa novela una cifra mucho más alta que le que podría haber ingresado con regalías.
Sí, ya sé que hay autores que se vuelven millonarios con sus libros. Pero son pocos. Y, si se fijan, un porcentaje importante de ellos ni siquiera ha ganado premios relevantes: no lo necesitan y probablemente no les importe.
Además de esto, un concurso es una extraordinaria oportunidad de hacer marketing.
Es más fácil que le presten atención a tu trabajo (lectores, editores, agentes, prensa) si recibes una distinción.
Los premios son como medallitas que le sugieren a la gente que deberían mirar hacia dónde tú estás.
Fíjense en los Oscar.
Ganan películas que rara vez lideran la taquilla, muchas de ellas ni siquiera se han estrenado en un número significativo de países.
Pero, de repente, muchos espectadores se interesan por ver todas las películas nominadas.
Y los cines aprovechan de estrenarlas.
En teoría, pasa lo mismo con los premios literarios.
Esto no implica que tu obra sea mejor que otras, solo implica que tiene más probabilidades de volverse popular.
Sin embargo, aquí hay un detalle.
La popularidad rara vez es algo que ocurre de forma espontánea.
Hernán Casciari cuenta que una vez él ganó un premio de novela en Europa. Estaba en su veintena. Cuando llegó a Argentina, tras la premiación, un diario había reseñado en la sección cultural que equis escritor argentino había resultado finalista en ese mismo premio.
Hernán se preguntó: ¿por qué el diario no hablaba de él, que era quien había ganado; y sí de su coterráneo, que “solo” había sido finalista?
Entendió que el motivo era que su colega había ido al diario a informar de su premio. Hernán no había hecho lo mismo.
Yo he tenido experiencias similares. A veces, he sido finalista de concursos en los que se hace más ruido con mi nombre en redes que con el de la persona que ganó: porque me conocen más a mí. O al revés.
Y he visto cómo hay gente que ha ganado premios importantísimos y su trabajo sigue siendo muy poco leído, así como su nombre es bastante desconocido.
Hablo de escritores, además, talentosísimos.
Entonces, un premio solo significa más popularidad si quien lo recibe ya viene realizando un buen trabajo de marketing.
Un premio es, sobre todo, gasolina para que crezca la llama que ya estaba encendida.
Si no hay fuego, la gasolina solo mojará el piso en solemne silencio.
Mi experiencia
No me lo tomo personal. Ni me siento mal cuando no seleccionan un trabajo mío. Tampoco me siento súper especial cuando sí lo hacen.
Selecciono los premios en los que quiero competir buscando ganar dinero y que ese eventual reconocimiento sume al trabajo de difusión que ya vengo realizando.
Al principio, me costaba mucho figurar. Es verdad que tuve la fortuna de que la primera vez que participé en algo resulté finalista.
Eso me dio impulso.
Pero también me creó la ilusión de que todo era más fácil de lo que pensaba.
La realidad es que, al menos en mi caso, todo se ha resumido en disparar muchos balones: algunos pegan del poste, otros terminan en la grada y unos pocos se convierten en gol.
Por supuesto, limitarse a disparar balones en los partidos, sin ton ni son, no tiene el más mínimo sentido.
Me he propuesto ir mejorando, participaba en talleres, conversaba con otros escritores, leía mucho, escribía mucho: aprendí a no enamorarme de mis textos.
O sea, en vez de enviar el mismo trabajo a todos los concursos, escribí, escribí, escribí.
En eso sigo, la verdad.
Con los años, mi tasa de efectividad aumentó.
Pero no solo en premios.
Poco a poco, he visto que me lee más gente.
También he ido desarrollando una intuición y he ido aprendiendo a editarme yo mismo: ya puedo saber, más o menos, para qué sirve algo que escribí.
Si puede ser popular, si puede competir por un premio, en qué premios encaja y en cuáles no, si más bien funcionaría en una revista, etcétera.
Insisto, esto es un proceso de años.
Años de escritura, años de mostrar mi trabajo, años de leer literatura todos los días.
He ganado 12 premios en 10 años. Siete de ellos, los gané en los últimos 3.
No es casualidad: eventualmente, las horas de trabajo, la experiencia, te hacen mejor.
Quejarse no sirve de nada.
Auto flagelarse tampoco.
Criticar a los organizadores y jurados, menos.
Si de verdad crees que este es un camino que puede ser provechoso para tu carrera, lo mejor que puedes hacer es prepararte e intentarlo una y otra vez.
Eventualmente, se consiguen resultados positivos.
En el peor de los caso, “solo” se mejora la calidad de la escritura.
Y, al final, de eso se trata, ¿no?: de ser cada vez mejor.
Despedida
Aquí pueden ver el listado de reconocimientos que ha recibido mi trabajo.
Hacer reír al león es mi historia con la que fui finalista, por segundo año consecutivo, del Premio Lo Mejor de Nos. Pueden leerla aquí.
También los invito a participar en el taller ¿Cómo contar historias en primera persona?, con Eduardo Sánchez Rugeles, un escritor al que admiro mucho.
Si hay algún tema que quieran que aborde en la siguiente entrega de estas cartas, pueden hacerme llegar su inquietud por correo, redes sociales (o a mi número de teléfono, los que me conozcan).
¡Nos leemos en un mes!