¡A bailar al revés! Félix Buenaventura y la conexión de la comedia
Nuevo taller, reflexión sobre el Nobel de Literatura y "No se me ocurrió preguntar", por María Celina Frías.
Hoy les queremos hablar de una TED Talk que nos dejó pensando y riendo a carcajadas. Se trata de “La conexión de la comedia”, de Félix Buenaventura, un comediante argentino con una perspectiva única sobre el humor y la vida.
Buenaventura comienza su charla con una premisa intrigante: ser comediante es como "bailar al revés". ¿Qué significa esto? Implica desafiar la lógica, darle la vuelta a las cosas, encontrar nuevas perspectivas y, sobre todo, ¡hacer reír al público!
Para Félix, la comedia es un arte urbano que necesita del público para existir. No se trata solo de contar chistes, sino de conectar con la gente, de generar una experiencia compartida. Y, para lograrlo, se necesitan años de práctica y dedicación. "Son 20 años para volverte bueno en cualquier cosa que valga la pena", afirma.
Pero no se asusten, la belleza está en el hacer. El camino del comediante es un fin en sí mismo, una búsqueda constante por mejorar y superarse. Lo mejor de todo es que la técnica es inmediata: si tienes una idea, puedes compartirla con el público en cualquier momento.
Buenaventura también habla de la importancia de la imaginación y la fantasía. Los comediantes, al igual que los escritores de ciencia ficción, tienen la licencia de hablar de cualquier cosa, de desafiar las normas y de explorar nuevos mundos. "Podemos hablar de cualquier cosa porque somos unos inmaduros y está bien que sea así", bromea.
Y es que la ciencia ficción, según Félix, permite ver nuestro propio mundo con otros ojos. Al imaginar realidades alternativas, podemos encontrar soluciones a los problemas que nos aquejan.
Pero volvamos a la comedia. ¿Por qué nos reímos? ¿Qué nos hace conectar con un chiste? Para Buenaventura, la risa es una forma de liberar tensiones, de desafiar la lógica y de encontrarle el lado absurdo a la vida. Es una forma de decir: "¡Eh, mira esto! ¡Qué loco!".
El comediante también destaca la importancia del lenguaje sencillo. Su objetivo es que su mensaje llegue a todo el mundo, sin importar su nivel educativo o cultural. "Quiero que se entienda que la imaginación es más trascendental que el conocimiento”, afirma.
Para terminar, Félix deja una reflexión conmovedora sobre el público. Para él, el público no es un ente abstracto, sino un grupo de amigos con los que comparte su pasión por la comedia. "Son gente a la que no le conozco el baño, nada más, pero el resto estamos más o menos igual", dice con humor.
En definitiva, esta charla de Félix Buenaventura es una invitación a "bailar al revés", a reírnos de nosotros mismos y a conectar con los demás a través del humor. Es un recordatorio de que la imaginación es una herramienta poderosa para transformar nuestra realidad y de que la comedia, además de divertirnos, nos puede ayudar a comprender mejor el mundo que nos rodea.
Si tienen la oportunidad, no se pierdan esta TED Talk de Félix Buenaventura o, mejor aún, tomen clases con él. En su taller “Crea material para tu rutina de stand up comedy”, se darán recursos para transformar las observaciones cotidianas en material para la comedia. Se pondrá el foco en:
Desarrollar un estilo propio.
Crear y estructurar rutinas de stand up comedy.
Conectar con la audiencia y mantener su atención.
Utilizar técnicas de improvisación para enriquecer las presentaciones.
Es decir, van a aprender mucho.
Para reservar cupo en el taller, enviar un correo a inscripcionesc.amarillo@gmail.com
Nobel de Literatura
Hace pocos días se anunció que la escritora surcoreana, Han Kang, es la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024. Sobre varios temas relacionados con el galardón, reflexiona Lizandro Samuel en su más reciente carta. Si no la leíste el fin de semana o quieres releerla, aquí la tienes: ¿Necesita refrescarse el Nobel de Literatura?
No se me ocurrió preguntar
Por María Celina Frías
Aquel agosto de 1983, a mis siete años, aprendí que la vida puede cambiar de rumbo, abruptamente, por razones tan ínfimas como la pérdida momentánea del control de esfínteres.
Estábamos iniciando el período de vacaciones escolares, cuando, de forma repentina e inconsulta, mi mamá nos anunció, a mi hermano Ricardo y a mí, que iríamos a pasar el resto del asueto de verano en casa de los abuelos, en Barquisimeto. Ambos protestamos enérgicamente ante tal decisión, hasta que mi mamá puso fin a nuestra querella, imponiendo su autoridad con el acostumbrado “van, porque lo digo yo y punto”.
Habituados a esa clase de arbitrariedades, nuestra sorpresa no se produjo por el abrupto final de la conversación, sino porque al parecer el plan nos incluía sólo a nosotros dos y no a nuestros padres.
—Pero… ¿ustedes no van con nosotros? –pregunté con voz queda y temblorosa.
—Vamos a llevarlos, naturalmente. Ustedes se quedarán con los abuelos y nosotros regresamos a Caracas. Los buscamos a finales de septiembre –respondió mi mamá, cortante y aún molesta.
La respuesta me fulminó. Dejé de escuchar la pelea que se suscitó entre Ricardo y mi mamá. Mi cuerpo todavía estaba presente en la escena, pero mi mente, mis ojos, mis oídos se habían ausentado y estaban en un limbo donde las imágenes y los sonidos eran solo rumores y sombras lejanas.
En aquel entonces, yo sentía un profundo apego hacia mi mamá. Tal vez excesivo para un niño de siete años, no lo sé. Lo cierto es que, normal o no, me embargaba una profunda tristeza y un inconmensurable desamparo frente a su lejanía. Me avergonzaba de ese sentimiento tan intenso. Por lo tanto, lo mantenía en secreto con sigilosa discreción. Me daba la impresión de que los demás niños, mi hermano, mis primos, mis amigos, no experimentaban una sensación similar.
¿Cómo se sentiría Ricardo? No parecía tan indispuesto como yo.
Quizás, se sentía igual o peor. Quizás, como yo, prefería disimular. No se me ocurrió preguntar.
¿Por qué nuestros padres habían decidido mandarnos a Barquisimeto a pasar las vacaciones? Caracas, evidentemente, era un mejor programa. Por qué recluirnos en casa de los abuelos, tan pequeña, tan sofocante, tan oscura, tan rígida, cuando la nuestra era grande, cómoda, fresca, luminosa. Podíamos salir a pasear en bicicleta, montar patineta, jugar con nuestros amigos y con el Atari que acababan de comprarnos. En Caracas, había diversión. En casa de los abuelos, tedio.
De nuevo, no se me ocurrió preguntar.
Con estas interrogantes en mente, recorrí el camino de Caracas a Barquisimeto, a bordo de la Chevrolet Blazer Silverado de mi mamá. Era muy temprano cuando salimos de Caracas. El amanecer nos fue siguiendo la primera hora de viaje. Mis padres comentaban sobre el verde esplendoroso que la temporada de lluvia había dejado en las montañas que bordeaban la carretera. Yo, intentaba verlas con alegría, buscando un consuelo que no llegaba.
Después de cinco horas de camino, estábamos en casa de los abuelos. Recuerdo haber sentido ternura al ver su emoción por recibirnos. Entramos, desayunamos, mi mamá nos ayudó a desempacar en el cuarto que habían acondicionado para nosotros. Nos besó en la frente, nos dio la bendición, pidió la bendición a los abuelos, se montó en la Blazer con mi papá y los vimos alejarse. Entré nuevamente en la lúgubre casita y me tendí boca abajo en la que sería mi cama por los próximos dos meses. Me eché a llorar sin consuelo.
Desde ese instante, comencé a contar los días, las horas, los minutos que faltaban para ver a mi mamá, para regresar a Caracas. Pero el tiempo, definitivamente, transcurría más despacio en aquella ciudad de calores aplastantes y majestuosos crepúsculos.
Continúa aquí.